El punto de vista que sobre este tema defienden los nacional-socialistas recuerda una ya vieja interpretación de los economistas científicos, puramente científicos, sobre qué es lo económico. Unos economistas entendían que sólo puede considerarse "económico" lo que tiene el carácter de economicidad y que esta consiste en obtener el mayor producto con el menor esfuerzo. Así presentado el llamado "principio de economicidad", parece algo muy conveniente, deseable y hasta justo; pero si se reflexiona sobre los elementos que se reúnen en el trabajo social y en las consecuencias de la aplicación de tal principio, pronto se ve que la resultante posible y casi inevitable es la explotación del trabajo de suerte inhumana y el estrago social.
Porque, vamos a ver: ¿Es admisible esa racionalización del trabajo que absorbe intensivamente hasta la menor energía humana? El fordismo ha procurado tal cosa en algunas de sus medidas y por eso ha tropezado con la resistencia de los trabajadores. Se perseguía la conveniencia económica de la empresa, pero se dañaba ese elemento de la producción inseparable del hombre: el trabajo corporal de todas clases.
Otro ejemplo: El gran comercio puede dar más baratas las mercancías que el pequeño comercio porque tiene el auxilio de la maquinaria y del gran capital; el comprador, al adquirir más barato, realiza un menor esfuerzo económico y por lo tanto, conforme al principio de la economicidad, tal comercio sería más deseable, preferible a todo otro que no reúna tales condiciones. Sin embargo, el pequeño comercio representa una masa de población, una base familiar, por regla general, que constituye la solidez social básica; no significa una acumulación financiera pero sí algo que vale mucho más, como es una masa de población nacional sustentáculo del Estado. Por consiguiente toda política económica orientada en el sentido de proteger a la gran empresa y relegar a la pequeña, queriendo ser económica acabaría por socavar la economía nacional. Y cosa parecida puede decirse de la política comercial exterior que, queriendo obtener más baratos los artículos de importación, abriese las puertas aduaneras a poderosos concurrentes que aniquilarían a los productores nacionales que no pueden competir con el extranjero.
En síntesis: los economistas científicos, que se les da una higa de la política de los partidos, no aceptan esa concepción económica que, en fin de cuentas, es sólo un incentivo para la máquina y para la plutocracia. Una renuncia a la ganancia de una operación económica entre particulares puede redundar en beneficio de toda la economía social. Y aunque suene a paradoja, un buen negocio económico puede resultar muy mal negocio social. Los nacionalsocialistas razonan así: los grandes bazares están explotados por los judíos y el empleo del bluff es su método, junto a todo lo que significa captación y no siempre conveniencia a las verdaderas necesidades.
La multitud anónima penetra en los bazares y el lujo en edificación e instalación, la variedad de cosas que solicitan al comprador, le decide a gastar en cosas de mala calidad, siendo las mejores en esos bazares más caras que en los comercios de verdaderos especialistas. Todo ello significa la ruina de la clase media comercial. El bazar ofrece lo barato malo y lo bueno más caro. Son verdaderos espejuelos para la caza de alondras parroquianas. Crean necesidades artificiales.
He aquí algunos ejemplos de lo observado en los bazares.
Venta de artículos averiados: quesos podridos (Munich), tocino rancio (Brunswick), embutidos en malas condiciones (Berlín)... Todo esto cuidadosamente anotado por Gerber Rosten.
Porque, vamos a ver: ¿Es admisible esa racionalización del trabajo que absorbe intensivamente hasta la menor energía humana? El fordismo ha procurado tal cosa en algunas de sus medidas y por eso ha tropezado con la resistencia de los trabajadores. Se perseguía la conveniencia económica de la empresa, pero se dañaba ese elemento de la producción inseparable del hombre: el trabajo corporal de todas clases.
Otro ejemplo: El gran comercio puede dar más baratas las mercancías que el pequeño comercio porque tiene el auxilio de la maquinaria y del gran capital; el comprador, al adquirir más barato, realiza un menor esfuerzo económico y por lo tanto, conforme al principio de la economicidad, tal comercio sería más deseable, preferible a todo otro que no reúna tales condiciones. Sin embargo, el pequeño comercio representa una masa de población, una base familiar, por regla general, que constituye la solidez social básica; no significa una acumulación financiera pero sí algo que vale mucho más, como es una masa de población nacional sustentáculo del Estado. Por consiguiente toda política económica orientada en el sentido de proteger a la gran empresa y relegar a la pequeña, queriendo ser económica acabaría por socavar la economía nacional. Y cosa parecida puede decirse de la política comercial exterior que, queriendo obtener más baratos los artículos de importación, abriese las puertas aduaneras a poderosos concurrentes que aniquilarían a los productores nacionales que no pueden competir con el extranjero.
En síntesis: los economistas científicos, que se les da una higa de la política de los partidos, no aceptan esa concepción económica que, en fin de cuentas, es sólo un incentivo para la máquina y para la plutocracia. Una renuncia a la ganancia de una operación económica entre particulares puede redundar en beneficio de toda la economía social. Y aunque suene a paradoja, un buen negocio económico puede resultar muy mal negocio social. Los nacionalsocialistas razonan así: los grandes bazares están explotados por los judíos y el empleo del bluff es su método, junto a todo lo que significa captación y no siempre conveniencia a las verdaderas necesidades.
La multitud anónima penetra en los bazares y el lujo en edificación e instalación, la variedad de cosas que solicitan al comprador, le decide a gastar en cosas de mala calidad, siendo las mejores en esos bazares más caras que en los comercios de verdaderos especialistas. Todo ello significa la ruina de la clase media comercial. El bazar ofrece lo barato malo y lo bueno más caro. Son verdaderos espejuelos para la caza de alondras parroquianas. Crean necesidades artificiales.
He aquí algunos ejemplos de lo observado en los bazares.
Venta de artículos averiados: quesos podridos (Munich), tocino rancio (Brunswick), embutidos en malas condiciones (Berlín)... Todo esto cuidadosamente anotado por Gerber Rosten.
En 1932, el comercio de los bazares se cifró en Alemania en 2.500 millones de marcos. Aunque esto representa la décima quinta parte del volumen del comercio al detalle, como el volumen de 50.000 medianos comercios que tengan de tres a cuatro empleados, trabajando, además, su propietario. Estos 50.000 comercios, con sus correspondientes 150.000 a 200.000 empleados, resultan eliminados por los bazares. En este círculo hay que incluir, además, de 200.000 a 250.000 individuos más que se quedan sin pan. Y las enormes ganancias de los propietarios de los bazares son atesoradas y sirven para otros fines distintos de la productividad industrial.
Y por lo que al personal se refiere mientras los empleados son mal retribuidos, los directores —como ocurre en el consorcio Karstadt— reciben una paga fija de 120.000 marcos y el 30 por 100 del beneficio neto, más otras ventajas. Esta participación, con las demás ventajas, se cifraron en el año 1929 en 6,5 millones de marcos. Añádase a eso que los directores son también accionistas y sacan sus buenos dividendos. El negocio no puede ser más redondo.
No precisa insistir más sobre el tema para formarse una idea de los fundamentos en que se apoya el nacionalsocialismo para combatir los bazares.
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